jueves, 15 de septiembre de 2011

Desahogo XXXI

De lo bello y profano que son tus manos, ensimismados en el brillo de mis ojos cuando estás a mi lado. Tu fragilidad, que te hace tan niño, pese a tener tanto vivido. Eres la poesía que nunca he de producir, mi más dulce melodía, la letra que nunca escribí. La praxis perfecta del más imperfecto amor. El más anónimo de los sentimientos, que sin nombrarlo es tan real como la felicidad que hoy profeso como la más ortodoxa de los testigos de jehová que despolvan sábado tras sábado el trasnoche del viernes en la noche que se hunde en una botella de alcohol con la esperanza de hacer flotar el malestar que provoca está moribunda ciudad y desaparecerla por siempre, o al menos hasta el lunes que nos retorna la rutina, la desidia...

De tí queda muy poco. Ya eres yo, en mí. Pero Otro. Es loco, extraño, pero ES, y eso es lo que importa.

Del miedo solo queda la fuerza de superarlo todo. Vencerlo y trascender a algo superior. El Amor, por ejemplo. A mí, a tí, a todo, con todo y por todo.